La sexta generación de este clásico americano es más potente e incorpora importantes novedades en equipamiento aplicado a optimizar su performance
“Desde que salió el Mustang, la gente se ha dedicado a señalar que la silueta del caballo en el frente estaba orientada al revés, porque el alazán galopa en el sentido de las agujas del reloj, cuando en realidad los caballos que corren en los hipódromos norteamericanos lo hacen siempre en sentido contrario. Mi respuesta es siempre la misma; les digo que el Mustang es un potro salvaje, y no un caballo de carreras domesticado”.
Quien habla, Lee Iacocca, el padre del Mustang, no sólo apunta en su extraordinario historial profesional haber sido el líder del proyecto de uno de los modelos más icónicos de la historia, sino que también salvó a un gigante como Chrysler de la bancarrota y durante décadas influenció a los gigantes automotores norteamericanos. Era un estratega audaz y agudo visionario que siempre supo el auto que debía –y soñaba- construir. De hecho, él mismo cuenta en su autobiografía que le atraían los rasgos distintivos de un Continental Mark de 1945: capó alargado y corto recorrido trasero. “La longitud le confería aspecto de potencia y calidad de prestación, y eso, me dije, era lo que los aficionados al motor andaban buscando”, recordó Iacocca tiempo después.
De aquellas definiciones de su mentor en tiempos de efervescencia económica y una industria radiante a estos días, el Mustang no sólo se convirtió en leyenda rompiendo récords de producción y venta; también supo mantener inalterable aquel concepto de “potro salvaje” que como nadie Iacocca logró interpretar en un automóvil.
Esta sexta generación que llega a la Argentina desde la planta de Michigan es la más extrema de sus 55 años de vida (sacando la potenciada versión Shelby) y, por lo tanto, un homenaje certero a la estirpe fundacional del Mustang. Ese capó que parece alargarse más que nunca, bien al gusto de Iacocca, esconde debajo el infaltable V8, de cinco litros, y 466 caballos de fuerza. Este motor está asociado a una caja de velocidades automática secuencial de diez marchas (antes era de seis)
Si bien Mustang siempre fue sinónimo de potencia y deportividad, este úlitmo modelo le suma atributos tecnológicos que lo elevan también en el terreno de la innovación. El Mustang ofrece una singular característica que podría desafiar hasta el ingenio del propio Iacocca: el sonido de su motor V8 puede regularse. Sí, una válvula permite controlar el volumen del escape, que se puede configurar de cuatro maneras: silencioso, normal, sport y pista. Es decir, ahora hasta el rugido del V8 puede adaptarse al gusto del conductor, que en el caso de los usuarios de Mustang difícilmente se aproxime al modo “silencioso”.
Todas las funciones más sensibles para la conducción y pueden personalizarse. Ese aspecto, tal vez algo más rústico en versiones anteriores, ahora queda saldado con creces. Cuenta con un sistema de amortiguación que dispone de electroimanes y partículas suspendidas en el fluido del amortiguador. Este campo magnético se ajusta 1.000 veces por segundo y alinea o desalinea las partículas de hierro, variando de esta manera la dureza del amortiguador. Es decir, prácticamente va ajustando en tiempo real la dureza de la suspensión.
A los modos de conducción también se los puede personalizar: Normal, Sport, Circuito, Nieve/Mojado, My mode (uno propio); al igual que la dirección, que cuenta con tres ajustes seleccionables: Normal, Confort y Sport, los cuales proporcionan diferentes grados de asistencia. Y para que el estilo elegido por cada usuario tenga su impronta, la iluminación de los instrumentos también puede acondicionarse a gusto del consumidor.
El arsenal tecnológico está concebido y aplicado para mejorar la performance y el nervio histórico del “potro salvaje”: además de frenos Brembo de competición, el Mustang ofrece una excentricidad para y disfrutarlo y exigirlo en un circuito: la función Track apps muestra en tiempo real información útil (tiempo de vuelta, aceleración, frenado, etc.) permitiéndole al conductor gozar al máximo el manejo en pista.
No en vano ocupa un exquisito lugar en la frondosa historia de Ford aquel 17 de abril de 1964, cuando el primer Mustang salió a la venta y varios concesionarios tuvieron que cerrar sus puertas por la cantidad de gente que se agolpaba para comprarlo. Con un precio de 2.368 dólares rompía el mercado y presagiaba lo que seguiría: un éxito que excedía a cualquier estudio de mercado previo.
Décadas después, este clásico es leyenda y objeto de deseo tanto en Estados Unidos como en el resto del mundo. Aquí en Argentina compone junto al Chevrolet Camaro el clásico de los deportivos de elite y es referencia entre los llamados “muscle cars”: de cada tres que se venden, dos son Mustang. Está a la venta con un precio de 80.000 dólares y espera a la última versión del rival de GM que llegará el año próximo para seguir sumándole capítulos a una saga deportiva infinita.
“Al margen de la posición del corcel, cada vez estaba más seguro que el coche iba encaminado en el sentido correcto”, recordaba Iacocca. El potro no solo sigue encaminado, sino más salvaje que nunca. Como lo imaginó el padre del Mustang.
Fuente: Infobae