Pese al magro resultado del tercer incentivo -o, tal vez, justamente por eso-, se especula con un cuarto dólar soja que ayude al BCRA a pasar el invierno
La tercera versión del “dólar soja” termina con un gusto amargo para el Gobierno. La liquidación de divisas terminará, en el mejor de los casos, un 25% debajo de la meta de u$s5.000 millones que se había fijado Sergio Massa. Y, para peor, de los dólares que entraron por exportación, el Banco Central apenas pudo retener un 23% para engrosar sus reservas -una cifra pequeña si se considera que las ediciones anteriores del “dólar soja” se había embolsado un 65% y un 74%, respectivamente.
Al Gobierno apenas le queda el consuelo de que, si no pudo acumular reservas, al menos ayudó a atenuar la caída, que de todas formas se transformó en el tema de preocupación central, luego de que se perforara el “piso psicológico” de los u$s33.000 millones de reservas brutas.
Las malas noticias no terminan allí, dado que la nueva experiencia del incentivo a los productores sojeros tampoco dio los resultados esperados en términos de recaudación de impuestos. La caja de la AFIP registró en abril apenas una suba de 4,6% en el rubro de retenciones a la exportación, respecto del mes anterior. Todo un contraste con lo que había ocurrido en la primera versión del dólar soja, cuando esa recaudación había crecido un explosivo 380% en un mes.
Ese frustrante aporte del nuevo esquema de incentivo al agro fue lo que determinó el deterioro del frente fiscal, donde la entrada de impuestos registra una caída real de 8% en relación a la inflación.
Y esto ocurre justo cuando se esperaba que las retenciones a la soja compensaran la caída del resto de los rubros, que se verán afectados por la merma en las importaciones y la consecuente ralentización de la actividad productiva -que según la encuesta REM podría caer un 3%-. De hecho, la última proyección de la consultora LCG marca que este año habrá un déficit fiscal de 2,5% del PBI, lejos del 1,9% comprometido con el Fondo Monetario Internacional.
Además, como si no fuera poco el pobre resultado en acumulación de reservas del BCRA y en aporte a la recaudación de AFIP, esta vez se exacerbó más que nunca el “efecto colateral” del incentivo exportador. Es decir, la inyección involuntaria de pesos que se produce por el hecho de comprarle dólares a los productores a $300 y luego revendérselos a los importadores por u$s230.
Es una expansión monetaria indirecta que terminará siendo convalidada por el Banco Central. El cálculo de la Fundación Mediterránea es que en la primera edición, en septiembre pasado, esa inyección de liquidez fue equivalente al 28% de la base monetaria, mientras que en diciembre, cuando se implementó el “dólar soja 2”, la expansión fue equivalente al 10% de la base monetaria.
En esta ocasión la expectativa es que se pueda replicar una situación similar a la de diciembre, con el agravante, claro, de que en aquel momento la inflación corría a una velocidad crucero de 5% mensual y ahora lo hace a un 7%.
Hablando en plata, el Banco Central emitió $390.000 millones en este tercer “dólar soja” y terminó revendiendo en el mercado un 67% de los dólares acumulados, según la estimación de Salvador Vitelli, economista de Romano Group. La cuenta final marca el verdadero costo del nuevo esquema de incentivo exportador: cada dólar retenido por el BCRA terminó costando $557.
Otro plato, pese a todo
Con esos resultados a la vista, la conclusión apresurada podría ser la de pensar que ya nadie en el Gobierno tiene voluntad de repetir esta experiencia de incentivo a los sojeros. A fin de cuentas, deja cada vez menos dólares, menos impuestos, cuesta más inyección de pesos en un momento inflacionario y, para colmo, genera rispideces políticas con el ala kirchnerista de la coalición gubernamental.
Sin embargo, las cosas son más complejas de lo que parecen a primera vista, sobre todo cuando hay una necesidad urgente por sumar dólares. De manera que en estos días hay en el mercado una fuerte especulación en el sentido de que, pese a todo, podría haber para el segundo semestre un “dólar soja 4”.
“Resulta factible que el Gobierno apele a prorrogarlo como forma de estirar artificialmente una sábana corta, en un contexto de reservas netas negativas y un tipo de cambio oficial que vuelve a utilizarse como ancla antiinflacionaria”, apunta la consultora LCG, tras analizar las herramientas que tiene a mano el Gobierno para frenar el drenaje de reservas en el canal financiero.
También desde la Fundación Agropecuaria para el Desarrollo de Argentina (FADA) se maneja la posibilidad de una reedición del incentivo a los exportadores en el segundo semestre, dado que si se mide en volumen exportado, el actual programa rondará apenas la mitad de las 10 millones de toneladas que el Gobierno pretendía que se liquidaran.
Tampoco lo descarta el influyente consultor agropecuario Salvador Di Stefano, para quien una reedición del esquema de incentivo podría ocurrir si el Gobierno se viera en una necesidad acuciante de dólares, aunque advierte que “si ello ocurre, va a complicar más los números del balance del Banco Central”.
¿Los silobolsas seguirán sellados?
Pero lo cierto es que las urgencias son grandes y las tentaciones también: después de todo, aun con una mala campaña por el efecto de la sequía, sigue habiendo en los silobolsas 11,8 millones de toneladas, según el cálculo de Di Stefano.
Agrega también que hay una tendencia en el mercado internacional a una baja en los precios de las materias primas agrícolas: “Cuando el petróleo está bajo, el precio del aceite de soja se derrite, esto empuja a la baja a la harina y al poroto de soja. El etanol también sufre y esto impacta sobre el maíz. Por otro lado, Brasil está frente a una mega producción de soja y maíz, inunda con granos los mercados, y esto hace que los precios sigan a la baja”.
¿Supondrá ese cambio del mercado global una mayor urgencia de los productores argentinos por vender? Es un tema en el que los analistas no terminan de coincidir. Los antecedentes indican que continuarán con actitud defensiva, lo que implica un ritmo de venta lento, sólo para cubrir necesidades de inversión o de pago financiero, y siempre con la expectativa de una devaluación a futuro.
“Si bien muchos productores quedarán con sus finanzas golpeadas, debiendo canalizar más recursos propios y/o acudir a un mayor apalancamiento para continuar en la actividad, particularmente en el segmento de productores que arriendan campos, el sector buscará revancha en la próxima siembra”, apunta un informe de la Mediterránea.
La urgencia por controlar al dólar paralelo
En el fondo, la razón por la cual en el mercado se espera que el Gobierno pueda insistir con el “dólar soja” a pesar de los magros resultados y los altos costos es simple: se está entando en una etapa aguda de necesidad de dólares con los cuales afrontar obligaciones financieras, equilibrar al mercado cambiario y sostener el ritmo de importaciones.
Por lo pronto, los ojos del mercado están sobre el exigente cronograma de pagos de deuda: “El Gobierno debe afrontar vencimientos no sólo con el FMI, sino también compromisos de deuda con bonistas. El 9 de julio próximo se deben pagar unos u$s1.000 millones de intereses de los soberanos emitidos en la reestructuración de 2020 (Bonares y Globales), de los cuales se estima que un 70% se encuentra en manos de privados”, analiza la consultora Research for Traders, que advierte que las mayores tensiones se darán en junio y julio.
Acaso más urgentes desde el punto de vista político, el Gobierno necesita divisas con las cuales combatir la volatilidad típica de los momentos pre-electorales. Y aunque el FMI parece resignado a que se seguirá incumpliendo su regla de que las reservas no sean utilizadas para intervenir en el mercado cambiario, igual los analistas prevén que tal vez el auxilio financiero en negociación no resulte suficiente.
Hay economistas que ya están calculando en no menos de u$s5.500 millones lo que deberá sacrificar el Banco Central en los próximos meses para mantener relativamente bajo control al dólar MEP y al “contado con liqui”. Por lo pronto, sólo entre el 5 y el 15 de mayo, el Banco Central sacrificó u$s900 millones sólo en operaciones destinadas a contener las cotizaciones del dólar paralelo.
Esa necesidad tiene un pésimo “timing” cuando se la compara con la performance de la balanza comercial, que salvo por un mes ha dado déficit en lo que va del año: pese a las restricciones sobre la importación, el saldo del cuatrimestre es negativo en u$s1.469, el peor inicio de año desde 2018. Y, en invierno vuelve a sufrir la presión de las compras de energía.
Es una situación que exacerba la necesidad de que los porotos de soja salgan de los silobolsas justo en ese momento de necesidad extrema.
“Es probable que veamos un Banco Central cuya situación cambiaria empeore y sume fragilidad al ya deteriorado escenario cambiario, cuyas reservas netas rozan valores negativos en torno a los u$s1.550 millones. En dicha situación es donde la idea de otro tipo de cambio diferencial cobra fuerza”, argumenta el economista Vitelli.
“Esto será clave monitorear, ya que el mercado entendió que cuando las ‘papas queman’, el Banco Central ofrece un tipo de cambio más competitivo para evitar el drenaje de divisas o bien acumular reservas, en el mejor de los casos”, advierte el influyente consultor.
Cuánto costará la nueva versión
Claro que, a la hora de especular sobre cómo sería un “dólar soja 4”, lo que destacan los empresarios agropecuarios y los analistas del sector es la necesidad de no incurrir en los errores de diseño que se evidenciaron en esta última edición.
El primero, claro, es el precio: si algo quedó en claro ya en los primeros días fue un choque de incentivos entre los productores y los exportadores: el precio interno para el productor resultaba demasiado bajo, mientras que para las industrias aceiteras y las firmas exportadoras resultaba caro.
Traducido a dólares, los productores, que aspiraban a obtener un precio de u$s383, deberían resignarse a vender por sólo u$s310, según la estimación que hizo el economista Vitelli. La tensión fue tal que en el mercado se llegó a especular con que, sobre la marcha, el Gobierno corrigiera el tipo de cambio de incentivo y lo llevara a $350, algo que finalmente no tuvo apoyo político.
Para colmo, los productores descubrieron un “rulo” con la operatoria del mercado de futuros, que les permitía embolsar hasta un 25% más de lo que les ofrecía el Gobierno, consistente en vender en el mercado de futuros a noviembre y, al mismo tiempo, operar contratos de dólares para la misma fecha, y luego emitir un cheque a noviembre y descontarlo en el mercado financiero.
En definitiva, el éxito de un eventual “dólar soja 4” dependerá de que haya un precio atractivo para los productores. En principio, no parece que la fórmula utilizada hasta ahora -aplicarle la inflación acumulada al precio del primer dólar soja de agosto 2022- vaya a ser suficiente.
Como observó Vitelli, cada versión de este esquema va dejando una cotización “inflada” por la expectativa del mercado de que se repita la experiencia o de que haya una devaluación. El mercado de futuros ya marca que, para junio, el precio de la soja cotiza a u$s388, un 14% más que el de la soja disponible. En otras palabras, es lo que marca la exigencia del productor para deshacerse de sus granos y ya da una pista del “piso” de precio que esperan los empresarios del campo.
Como siempre, el interrogante está en si la “cintura política” de Sergio Massa alcanzará para convencer a sus socios de coalición sobre la necesidad de hacer una nueva “concesión” a los productores sojeros.
Fuente: Iprofesional