Los analistas creen inevitable una dura caída de la producción respecto del año pasado. De todas formas, queda un margen no sembrado, a la espera de lluvia
La buena noticia es que llovió, y en algunos casos con un buen registro en algunas de las zonas agrícolas más castigadas por la sequía, como en La Pampa y la zona costera de Buenos Aires. La mala noticia es que no alcanza para compensar los efectos de los últimos meses -hay zonas donde bajó notablemente el caudal de los ríos- y, sobre todo, que no mueve la aguja de los pesimistas pronósticos sobre la producción del campo argentino.
La explicación de los expertos en el negocio agrícola es que, para empezar, que debería haber un volumen muy grande de lluvia para revertir una situación de “agua útil en nivel cero”. La denominación de agua útil es la humedad del suelo que efectivamente puede ser aprovechada para el crecimiento de los cultivos, y los mapas hídricos muestran grandes manchas rojas, lo que hace pensar en un daño ya producido a toda la campaña.
Pero, además, hay una cuestión de “timing” en el ciclo agrícola: a pesar de que el maíz y la soja se sembraron tardíamente -precisamente, para especular con la posibilidad de lluvias-, ya en esta época del año está avanzada, en más de 80% para las zonas sojeras y más de 70% en el caso del maíz. El trigo, que es un cultivo de invierno, ya prácticamente fue cosechado en su totalidad, con una caída de 44% respecto de la campaña anterior
Y sobre los que todavía no se han cosechado, la percepción de los analistas es que aun cuando haya una lluvia mayor a la esperada, el impacto sobre la cosecha será solo marginal.
“En el caso del maíz, por ejemplo, hay un período crítico, cuando está en floración, y es ahí cuando se necesita el agua. Ahora, ya está florecido y la altura de los cultivos es la mitad de la que necesita la flor para poder armar el grano. Por más que ahora empiece a llover un montón, el daño ya está hecho en el límite de crecimiento de la planta”, argumenta Marianela de Emilio, investigadora del INTA y docente de Agronegocios.
Esta analista realizó un comparativo histórico, que arroja como resultado que la campaña 2022/23 será probablemente la segunda más seca de las últimas cuatro décadas. En base a los rendimientos de los momentos más críticos, elaboró una proyección de rendimientos de 22 quintales por hectárea para el trigo -contra 34 del año pasado-. Los resultados esperados para la soja son 20 quintales -después de haberse logrado un pico de 30 en la campaña 2019/20- y para el maíz se prevé 60 quintales, lejos de la marca de 81 obtenida hace tres años.
Hablando en volúmenes totales de la campaña, se espera un muy mal resultado para el trigo, con 12,3 millones de toneladas, lo que implica una caída de 44% respecto del año pasado, mientras que la soja, con menos de 35 millones de toneladas tendrá un descenso de 19% y el máiz, con 45 millones, caerá un 14%.
En el caso de la soja hay un agravante, y es que el área sembrada este año fue mayor que en las campañas anteriores. Es decir, la probable cosecha de 35 millones de toneladas es todavía más baja si se la compara contra la expectativa original al momento de la siembra.
Siempre hay margen para empeorar
Pero, aun cuando ese diagnóstico pueda parecer deprimente, hay todavía algo peor: se trata de una proyección optimista.
“En realidad, la proyección de rendimientos está hecha tomando el dato de lo que se cosechó en años de sequía intensa. Pero ahora está ocurriendo algo que no veíamos por ejemplo en 2008, que con 6 milímetros menos que en 2022, fue el más seco. Y ocurre que en aquella ocasión no veníamos de una sequía sino de una situación normal. En cambio, esta sequía de ahora se da después de dos campañas que ya de por sí fueron bastante secas. Es decir que no hay que descartar que los rendimientos puedan ser peores que lo que se está previendo”, advierte De Emilio.
Esa persistencia de la sequía en el tiempo es lo que lleva a que los suelos vayan perdiendo esa “defensa” de humedad a la que recurre el cultivo en momentos de falta de lluvias.
Y, como si esa situación no alcanzara, hay otro agravante: en la zona núcleo -la más productiva del área pampeana- la lluvia que sí cayó lo hizo en el momento en que hace menos efecto. La mayor necesidad de precipitaciones se da en el período julio- diciembre, cuando se está en plena siembra. Pero fue justo en ese semestre cuando se agudizó el problema, con una marca mínima de 160 milímetros, algo que los expertos agrícolas consideran como una cifra despreciable.
En definitiva, la lluvia que caiga de ahora en adelante ya no tendrá efecto para el trigo, tendrá una incidencia marginal para el maíz y acaso pueda mejorar en mayor grado la perspectiva de la soja, un cultivo que se adapta mejor a la inclemencia climática.
Queda, como mínimo dato de consuelo, el hecho de que si no fuera porque se quebró la tendencia de los últimos años en cuanto a reducción del área sembrada de soja, el impacto de la sequía podría haber sido mayor.
Lo cierto es que los expertos tienden a pensar que, antes que revisar sus proyecciones al alza por causa de las lluvias, es posible que hasta puedan resultar peor que lo esperado.
De hecho, el consultor Pablo Andreani, al analizar en un artículo la situación de la soja, habla de “la peor cosecha de los últimos 14 años”, en referencia a la proyección de 35 millones de toneladas en un área sembrada de 15 millones de hectáreas, cifra que considera “optimista”. Y no descarta que el volumen cosechado pueda finalmente caer al nivel de 32 millones de toneladas.
Y advierte que la molienda de soja para la industria alimenticia podría tener una capacidad ociosa superior al 60%. Es este dato lo que lleva a algunos expertos a prever la situación de que el país deba importar soja desde los países vecinos, una situación que, por otra parte, ya se había verificado en los últimos años.
Pronósticos pesimistas
La intensidad de la sequía llegó al extremo de que ya más de la mitad del territorio nacional –un 54,48%, según un informe del Sistema de Información sobre Sequías para el Sur de América- está afectado. En algunos casos extremos, como el de Corrientes, donde el verano pasado se produjeron incendios forestales, continua la declaración de emergencia agropecuaria, lo que implica facilidades tributarias y asistencia provincial en las zonas más afectadas.
Y varios gobiernos provinciales tomaron medidas de austeridad en el uso del agua, como forma de administrar el recurso escaso. Ahora, con las lluvias, será el momento esperado por los agricultores que habían retrasado la siembra a la espera de un mejor nivel de humedad.
Hasta ahora, las pérdidas en la zona núcleo -Entre Ríos, sur de Santa Fe y norte de Buenos Aires- se miden en u$s1.500 por hectárea -en caso de campos arrendados-, como consecuencia de la pérdida de cultivos en un área de 80.000 hectáreas. La mayor expectativa está en la superficie todavía no sembrada de soja, que podría llegar a 200.000 hectáreas.
A la espera de lo que pueda ocurrir con el clima, algunos expertos trazaron un escenario de impacto grave y otro moderado. Es el caso de la Bolsa de Cereales de Buenos Aires, que proyecta que, si se aliviara la sequía, se podría llegar a un volumen de 41 millones de toneladas en la cosecha de soja y de 44,5 millones para el maíz.
En cambio, si la situación no diera señales de mejora, todas las proyecciones tendrían recortes en torno de 15%. Hablando en plata, eso implicaría una caída de entre u$s9.200 millones -en el mejor de los casos- y de hasta u$s14.000 millones en las exportaciones agrícolas para este año.
Por su parte, la Bolsa de Comercio de Rosario estima en 17% la caída en el ingreso de divisas por parte de los principales complejos agroexportadores, que podrían cerrar el 2023 en torno de u$s33.000 millones.
Y Andreani proyecta que el aporte del complejo oleaginoso -incluyendo poroto de soja, aceite y harina- podría reducirse en u$s9.670 millones en la hipótesis “optimista” de que se coseche la modesta cifra de 35 millones de toneladas.
“Si consideramos también la caída en la producción y en los saldos exportables de trigo y de maíz, el ingreso de divisas correspondiente a granos y a carnes para 2023 se verá reducido en 17.600 millones de dólares, pasando de 49.200 millones en 2022 a 31.500 millones de dólares proyectados para todo 2023”, apunta el consultor.
En cualquier caso, los funcionarios ya están preparándose para un año en el que la escasez de divisas puede transformarse en un problema más agudo de lo habitual. Y así como en el campo se está practicando la austeridad en el uso del agua, la abrupta caída en las cifras de importación demuestran que también se está haciendo una política de emergencia con los dólares del Banco Central.
Fuente: Iprofesional