En las últimas semanas observamos una serie de postulados y campañas organizadas que tienden a demonizar la actividad agropecuaria señalando a los productores de alimentos como una asociación que intencionalmente conspira para dañar el medio ambiente con un desmedido afán de lucro
Hace días, Gustavo Oliverio refutaba en una columna, información concreta, a quienes demonizan al sector agropecuario. Apuntaba que la inversión en tecnología ha incluso ubicado al país como cumplidor en la emisión de los gases del infecto invernadero (GEI). De mas esta decir que el país aporta el 0,75% de toda la contaminación mundial.
Incluso el propio Gobierno argentino en su web oficial ha publicado un estudio del INTA y el INTI donde se sostiene que el trigo se encuentra por debajo de los estándares internaciones en cuanto la generación de la huella de carbono.
Pero la Agenda verde esta allí y hay acuerdos a cumplir. Ello se sintetiza en una serie de cada vez mayores requisitos en materia de sustentabilidad ambiental en los métodos de producción para aminorar los impactos del cambio climático. Es decir, el proceso económico argentino presenta exigencias tanto en la oferta de producción de bienes -costos- como en buscar una mayor demanda -ingresos- que resuelvan la cuestión estructural de nuestra economía.
Además, nos enfrentamos a la necesidad imperiosa de retomar el crecimiento económico en pos de generar las condiciones para pagar la deuda con el Fondo Monetario y los compromisos renegociados -postergados- con los acreedores privados. Esto hace que sea fundamental cambiar el eje de desarrollo y generación de excedentes de divisas para cumplir lo descrito.
En sus interpretaciones conceptuales particulares y propuestas novedosas, el Gobierno argentino plantea que se formen fondos de asistencia multilateral a países en desarrollo en donde cada uno posea una serie de acciones climáticas como referencia. Desde esa base, sostiene el presidente Fernández, un sobre-cumplimiento de metas que aporten a la sostenibilidad ambiental podrían ser utilizadas como potencial reducción de la deuda con los organismos internacionales.
Mas allá de la idea en si misma, un mecanismo de ese tipo requiere fuertes niveles iniciales de inversión en un país que justamente carece de los incentivos para atraer capitales. Y nos referimos a los propios. Porque la deuda con el FMI representa solo el 10% del total de activos de los argentinos en el exterior. Contablemente, la deuda se puede pagar en un día.
Es entonces clave la actividad agropecuaria porque aportará los excedentes de divisas que permitan cumplir los compromisos financieros en los próximos años. El cambio del eje económico argentino con foco en la exportación de bienes y servicios de calidad pasa por la potenciación al máximo de nuestras ventajas comparativas derivadas de la tierra y las competitivas en cuanto la capacitación del recurso humano.
Pero, además, si el Gobierno busca financiar estas inversiones para mostrar que cumple con la sostenibilidad ambiental y así compensar pagos de deuda, el problema es que no tiene los recursos para hacerlo en dicha escala. O más bien los tiene y dilapida, al ya extraerlos por impuestos y retenciones que se gastan a discreción, que bien podría reducir la presión fiscal y que ello quede en quienes generan la riqueza.
Las inversiones medioambientales requieren altos costos de entrada que, al ser forzados por esquemas de legislación que alteran los procesos de producción, hacen más caros los precios finales de los productos. En los países desarrollados esto ya representa un problema con la inflación disparándose por los mayores costos de la energía y las regulaciones.
Traslado a la Argentina, con niveles de pobreza e indigencia inaceptables, una exigencia que suba los costos de producción puede ser letal. Como ejemplo, si ya la población tiene falta de ingresos para adquirir la carne bovina, en dicho escenario el producto se vuelve prohibitivo. Todos, seamos pobres o no, terminaremos pagando la Agenda Verde.
Justamente es la propia actividad agropecuaria la que ya, en conjunto con el Gobierno, ha presentado una propuesta en la reciente cumbre de la COP26 en cuanto metas y cumplimientos de objetivos para la Agenda Verde. El documento sostiene, entre otros aportes que el sector “ya viene realizando las inversiones de adaptación a los nuevos estándares de exigencia medio ambiental y en particular señala que la captura de la huella de carbono en las emisiones de la ganadería compensa totalmente las emisiones”.
La novedad positiva para Argentina es que es no se necesitarían elevadas y fuertes regulaciones para disminuir los gases de efecto invernadero, sino que el propio sector agropecuario es el que toma la iniciativa por motu proprio haciendo valer su posición de liderazgo en temas de productividad e innovación permanente para cumplir con la Agenda Verde.
Firmas como Bioceres -una empresa de punta en Biotecnología que cotiza en Wall Street, con su interacción permanente entre lo publico y lo privado- o la startup Puma -que busca determinar la cantidad de emisiones de carbono para el sector-, son algunos ejemplos de acciones que combinan la tradicional fortaleza del agro con los nuevos métodos de producción con sustentabilidad ambiental. En la misma línea e encuentra Keclon (fundada por científicos del CONICET y la Universidad Nacional de Rosario), que inauguró recientemente su planta para producir enzimas y proteínas.
Recordemos que este año el Agro aporto nada menos que USS 10.000 más de exportaciones, pero ello no ha impactado en mejorar estructuralmente la economía porque las reservas del BCRA siguen en los mismos niveles de finales de 2020. Pero los precios de los alimentos seguirán altos por mucho tiempo, garantizando pisos altos de ingresos de divisas.
Si a ello le agregamos que se cuenta con los mecanismos para generar mayor valor y cumplir con requisitos de sostenibilidad ambiental en la producción de alimentos para ingresar a mercados más exigentes, el país tiene todo para ganar. Las mayores exportaciones repagan la deuda y al mismo tiempo cumplimos con la Agenda Verde.
No resulta entonces complicado encarar el tema. Ante todo, urge cambiar el eje de pensamiento en donde se ve a los sectores generadores de riqueza como meta extractiva de recursos, sumado a una postura de suma 0 sobre las divisas -la nueva restricción externa-. El mundo desarrollado presenta muchos inconvenientes y viejos problemas afloran nuevamente. En ese sentido, estamos “aislados” por la positiva. Tenemos nuestros problemas, sí. Pero más importante aún, tenemos a mano las soluciones.
Fuente: MDZOL