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Diversos factores parecen pesar en el futuro inmediato del sector. Sin embargo, a fuerza de experiencia, tecnología, inversión y apostando a un mejor pronóstico del clima, existe la posibilidad de salir airoso de un contexto sumamente complejo.

Desde que comenzó el año, todo fue cuesta arriba. La economía, la salud y muchas otras áreas clave para la vida se vieron afectadas. La producción agrícola, más allá de ser una actividad esencial, también sufrió algunos impactos porque recibió los embates de variables como el coronavirus, la guerra comercial entre China y Estados Unidos o la fiebre porcina africana. Todas cuestiones sobre las cuales no hay certezas en el corto o mediano plazo y a las que hay que sumar la incertidumbre doméstica.

Pero el campo siguió y sigue adelante. En el inicio de una nueva campaña, se estima que las exportaciones podrían generar ingresos por 25.000 millones de dólares el año que viene, con una recaudación fiscal que llegaría a los 10.954 millones de dólares, un dato alentador para el Estado aunque a la vez refleje una interesante presión impositiva que el propio sector se ocupa de advertir.

Todos estos son datos y estimaciones, pero no una realidad. Para que esto se transforme en algo tangible, debe ocurrir un proceso natural. La siembra, con tecnología, sabiduría y experiencia del productor se transforma en cosecha. Pero para eso necesita de un factor que nadie controla, el que muchas veces determina el futuro económico del país: las lluvias.

Este año el escenario climático será clave, no sólo porque podría limitar áreas de siembra sino porque los rendimientos de los cultivos implantados -como el trigo- ya se vieron afectados.

Desde la Bolsa de Cereales de Buenos Aires aseguran que la campaña total de granos tendría una reducción interanual de -1,2% en la superficie sembrada y de -6,1% en la producción que alcanzarían 33,15 millones de hectáreas y 120,8 millones de toneladas respectivamente. Los cultivos más afectados serían el trigo, el maíz y el girasol. De confirmarse este escenario, estaríamos ante la segunda campaña consecutiva con caída en los números totales.

La Niña -un fenómeno climático que se asocia a condiciones de sequía, con una cantidad de lluvias por debajo de lo normal- se esta afianzando y tendría impacto en nuestra región productiva no solo durante la primavera sino también durante el verano.

Se van agotando las reservas de agua en plena región pampeana, en el norte de la zona núcleo y en distintas provincias del norte. Las expectativas están puestas en las lluvias de fin de septiembre, aunque el problema no es sólo lo que viene, sino desde donde partimos porque hay provincias como Córdoba que recibieron muy pocos milímetros durante todo el otoño / invierno.

La expectativa esta en saber qué pasará en los próximos tres meses, porque cada lluvia que cae se recibe como si fueran migajas que permiten evolucionar con lo justo en el ciclo biológico.

Tenemos por delante un trimestre con precipitaciones irregulares y las zonas más vulnerables se ubicarían en el oeste de Santa Fe, Córdoba, norte de La Pampa y noroeste de Buenos Aires donde es probable que muchos productores intenten llevar la ventana de siembra al límite.

Pero no todas son malas noticias. Si bien La Niña está presente, también es real que se muestra con debilidad, tal como ocurrió en la campaña 2017/18. Hay buenas perspectivas de lluvias para el fin de mes y para la segunda quincena de octubre, momentos en los cuales será concluyente el manejo agronómico que pueda hacer el productor, que demuestra eficiencia en todos los ordenes posibles para afrontar con éxito una nueva campaña agrícola.

Fuente: Ambito