- Javier Milei reinvidicó la época en que la Argentina se organizó como sociedad para poner en juego su potencial.
- Revalorizó la integración de los recursos naturales y el talento de sus líderes políticos y empresariales, con eje en la agroindustria.
El presidente Javier Milei saludó a las tribunas desde la pista, arriba de un auto con techo descubierto, en la 136° edición de la Exposición Rural. Se comprometió a una futura eliminación de las retenciones al campo y pidió “paciencia” para completar sus reformas.
Más allá de los discursos, están los signos. Tratando de comprender la verdadera dimensión de lo que ocurrió el domingo en el Acto Central de la Exposición Rural, me animo a sostener que está pasando algo muy fuerte.
Durante toda mi vida profesional, que lleva más de cincuenta años, me tocó lidiar con el discurso instalado de que el agro era importante, pero que no daba la categoría para jugar entre “los sectores básicos de la economía”. Estos eran “el petróleo”, “la industria pesada”, “la energía”. Y atrás de ellas, la petroquímica, la industria automotriz, la textil (divorciada de su cuna, el algodón, la lana, el lino, el cáñamo).
Desde hace un siglo, se fue amasando una historia diferente a la de la Revolución de las Pampas que tan bien describe James Scobie. Es la que ocurrió entre 1860 y 1910, cuando la Argentina se organizó como sociedad para poner en juego sus recursos naturales y el talento de sus líderes (políticos y empresariales). Una epopeya que nos puso en el mapa mundial como granero del mundo y proveedores del alimento más apreciado en el imaginario de las sociedades desarrolladas: la carne vacuna.
Fuimos muy ricos, creando una estructura industrial tremenda. Los frigoríficos, las malterías, los molinos, los puertos. Más la infraestructura portuaria, la inversión fabulosa en miles de kilómetros de vías ferroviarias, estaciones que se hicieron pueblos, ocho millones de inmigrantes. Y todo lo que vino en materia de salud, alimentación, arte y cultura.
La industria no nació en 1945. Conviene recordar que el 17 de octubre de ese año, Cipriano Reyes inició la movilización hacia Buenos Aires desde una ya añosa planta frigorífica de Ensenada.
Pero de pronto descreímos de todo eso. Apareció la teoría del deterioro de los términos de intercambio. Lo que nosotros producíamos eran bienes “primarios”, con precios en baja. Entonces había que sustituir las importaciones apelando a los recursos que generaban el campo y la agroindustria para sostener un nuevo modelo “industrialista”.
El domingo, el presidente Javier Milei explicitó con vehemencia el fracaso de este modelo. Algunos esperaban anuncios concretos, y tras el discurso remarcaron el sabor a poco. El titular de la Sociedad Rural, Nicolás Pino, en un discurso muy cuidado, le había ofrecido la paciencia del campo, pero remarcando que todo tiene un límite…
Milei recogió el guante, agradeció la paciencia y refirmó que el final del cepo cambiario y las retenciones siguen formando parte prioritaria de su agenda. A mí, por lo menos, me dejó menos dudas, aunque me sigo preguntando por qué no se toman propuestas (que hemos deshojado en estas columnas) para ir desandando el sendero de los derechos de exportación, sin que esto signifique desfinanciar al Estado. En síntesis, que en lugar de una exacción, el gobierno le pida prestada una parte de la soja y le entregue un pagaré, como tiene que hacer cuando el FMI o el mercado voluntario le otorga un crédito. Pero no es lo que quiero remarcar ahora.
Lo importante es que, conceptualmente, lo que dijo Milei es lo que muchos queríamos escuchar de un Gobierno. La reivindicación del agro como palanca del desarrollo. Que en la era de la bioeconomía es mucho más que Agricultura, Ganadería y Pesca. En la Segunda Revolución de las Pampas, que sigue adelante a pesar de la sustracción de la mayor parte de la renta, hay una extraordinaria oportunidad para ganar espacio en el mundo. Los atributos de sostenibilidad y eficiencia productiva, ambiental y social, le otorgan un sello de calidad que aún no supimos poner en valor.
Es el momento de sacar pecho, de cara al conjunto de una sociedad que vibra cada vez más que el agro está del lado bueno. Es lo que se respira en Palermo, y este año más que nunca.
Por eso el remate del discurso presidencial retumbó en la pista y el eco me llega mientras escribo estas líneas: “Viva el campo, carajo”.
Fuente: Clarín