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La energía es un bien escaso y, por tanto, costoso. Y a la vez indispensable para la vida y el desarrollo de las personas, que necesitan abastecerse de ella de manera confiable y segura. No está disponible en todos los países en igual cantidad y calidad y requiere de importantes inversiones para producirla, transportarla y distribuirla. Este dilema, que parece una obviedad y es a veces soslayado en el debate, debe guiar las respuestas que el Estado y el mercado pueden ofrecer para garantizar su acceso de modo inteligente.

Cada país dispone de diversas fuentes de abastecimiento internas y externas para satisfacer su demanda. Si hay recursos propios, buscará desarrollarlos. Si no los hay en cantidad suficiente, evaluará las mejores opciones para acceder al mejor costo y con el menor impacto ambiental posible. Mientras el mundo avanza hacia las energías renovables, encara la transición sustituyendo combustibles líquidos, más caros y contaminantes, por GNL. Esto lo hacen tanto países desarrollados, como Estados Unidos, Israel o Emiratos Árabes, o en vías de desarrollo, como Brasil y Argentina. Sin distinguir si se trata de naciones productoras o no, el GNL se consolida en el mundo como el combustible de la transición.

Ahora bien, la demanda no es siempre estable: en invierno y en verano, los países experimentan picos de consumo y cada vez más eventos climáticos extremos (sequías, frío o calor extremos), que aumentan considerablemente las necesidades de energía. En los países donde los precios están desregulados, carecer de fuentes complementarias de abastecimiento puede redundar en tarifas impagables para la población, tal lo sucedido en el último invierno boreal en España y en Texas, Estados Unidos. Por este motivo, cada vez más países requieren servicios flexibles de suministro de energía, disponibles como garantía del sistema, pero también como herramientas de abastecimiento inmediato cuando la demanda se dispara.

Este tipo de servicios, como las terminales regasificadoras flotantes, reducen significativamente los cortes de suministro y limitan aumentos desmedidos de precios. Argentina los utiliza con éxito desde 2008. Desde entonces, los buques regasificadores permitieron ahorros de más de 13.000 millones de dólares al sustituir con GNL alternativas más caras y contaminantes como el gasoil o el fueloil. Países exportadores de GNL, como Estados Unidos, Egipto, y Emiratos Árabes importan, al igual que Argentina, para cubrir sus picos de consumo. Y ahora, en un hecho histórico, Brasil acaba de adjudicar por primera vez una terminal de importación de GNL a capitales privados, en el Estado de Bahía a Excelerate Energy, comenzando a suministrar GNL regasificado a partir de diciembre 2021. Este paso, permitirá a las dos principales economías de Sudamérica contar con un flujo estable y confiable de gas natural, herramienta fundamental para apuntalar el desarrollo productivo de sus economías.

Las soluciones son eso: soluciones. Tomar la mejor disponible, en el momento adecuado, redundará en beneficios concretos para quien lo haga. Son cada vez más los países del mundo que adoptan esa mirada flexible e inteligente y ganan en competitividad y previsibilidad.

Fuente: Ambito