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En la remota provincia de Salta, en el norte de Argentina, el silencio del paisaje árido solo es roto por el estruendo de los campamentos mineros, en una señal de los esfuerzos del país por sumar su golpeada economía al auge mundial de los automóviles eléctricos.

En las salinas de Rincón, a casi 4.000 metros sobre el nivel del mar, la australiana Rincón Lithium opera una planta piloto donde los trabajadores bombean a través de tuberías la salmuera extraída 30 metros por debajo de los suelos montañosos de Salta.

Después de refinar la mezcla en sus laboratorios, producen carbonato de litio: esperan extraer 50.000 toneladas al año para 2025, en otro impulso para una actividad que se ha convertido en una de las mayores apuestas de Argentina.

Pese a la desconfianza que genera entre los inversores por su inestabilidad y sus férreos controles sobre la economía, el país busca seducir a las firmas mineras globales con beneficios impositivos y promesas de seguridad.

Una potencia agrícola que hasta ahora ha centrado los subsidios energéticos en la producción de biocombustibles, Argentina ha girado su atención al metal blando que se usa en baterías que alimentan tanto a los pequeños dispositivos electrónicos como a los automóviles eléctricos.

Algunas de las compañías mineras más grandes del mundo han establecido operaciones en el norte de Argentina, incluida la australiana Orocobre Ltd -asociada con Toyota Corp -, la minera estadounidense Livent Corp, que proveerá a BMW el mineral para las baterías de sus autos, y la china Ganfeng Lithium Co Ltd.

Otras firmas como la australiana Argosy Minerals y Posco, de Corea del Sur, consideran una fuente duradera de “oro blanco” al área que es parte del “Triángulo del litio”, la mayor reserva internacional del mineral, que Argentina comparte con Bolivia y Chile.

Argentina, actualmente el cuarto productor mundial de litio con el 8% del total global, quiere cerrar la brecha con su vecino Chile, que produce el 22%, los dos a partir de salmuera. Australia, el mayor productor mundial del metal con el 49%, produce el mineral a partir de rocas llamadas pegmatitas.

“Desde salmueras, en Argentina podríamos llegar a ser el primer productor mundial en menos de una década si se sigue y mantiene el caudal de proyectos”, se entusiasmó David Guerrero Alvarado, consultor de la canadiense Alpha Lithium, en una entrevista en la ciudad de Salta.

Para atraer las esquivas inversiones, el Gobierno de centroizquierda de Argentina bajó el año pasado los impuestos a las exportaciones mineras del 12% al 8% y en abril autorizó el envío al exterior -no estaba permitido hasta entonces- del 20% de las divisas obtenidas por exportaciones de proyectos con inversiones superiores a los 100 millones de dólares.

La administración, que busca reducir las emisiones de carbono, también respaldó la creación de una fábrica de baterías de litio por parte de la empresa de energía estatal y planea enviar un proyecto de ley al Congreso para reducir los impuestos a los automóviles eléctricos, que actualmente están fuera del alcance de la mayoría de los compradores locales.

Las provincias mineras como Salta, Jujuy y Catamarca se han comprometido a favorecer la modernización de la infraestructura.

La secretaria de Minería y Energía de Salta, Flavia Royón, dijo a Reuters que la provincia tiene como objetivo producir 200.000 toneladas de litio anuales a partir de 2025, un volumen casi equivalente a la quinta parte de la producción global esperada para ese año.

RECURSOS, PERO NO PROYECTOS

Según un reporte de agosto de la Cámara Argentina de Empresarios Mineros (CAEM), las empresas mineras instaladas en el país realizarán inversiones por 2.700 millones de dólares, lo que llevaría a Argentina a casi quintuplicar sus exportaciones para 2025.

Los embarques de litio pasarían de las 38.800 toneladas de este año a 175.000 toneladas en 2025, calculadas en más de 1.500 millones de dólares, de acuerdo con CAEM.

Las dudas, sin embargo, asaltan a los analistas.

“Argentina tiene los recursos, pero transformarlos en reservas y factibilizar proyectos implica un conjunto de decisiones previas sujetas a un entorno macro favorable y micro estable. Se necesita una serie de reglas claras y estables”, destacó Natacha Izquierdo, analista de la consultora Abeceb, en Buenos Aires.

A nivel mundial, son varios los obstáculos que enfrenta la industria. El desarrollo de tecnologías sustitutas, la ampliación de la oferta global y el menor crecimiento de la economía de China han afectado los precios del mineral.

Localmente, las empresas mineras miran de reojo las férreas restricciones al mercado de divisas -que buscan proteger el débil peso argentino- y los fluctuantes impuestos nacionales y provinciales antes de definir multimillonarias inversiones a largo plazo.

Argentina cuenta actualmente con 62 proyectos de litio, pero solo dos están en producción: los de Livent y Orocobre.

“El país no es muy atractivo desde el punto de vista de un inversor extranjero en atraer capitales que vengan a querer instalarse aquí”, dijo en su oficina de Salta Alejandro Moro, gerente general de Rincón Lithium, que posee la concesión de un salar con casi 2 millones de toneladas de carbonato de litio.

“Somos un país con una macroeconomía bastante inestable, con alto grado de impuestos que se le pone a los capitales que vienen a invertir”, añadió.

Moro se mostró optimista sobre el apoyo de Argentina a las inversiones mineras tras una reunión con funcionarios hace semanas.

¿CAMBIO DE APUESTA?

La producción de biocombustibles vivió un auge en Argentina hasta hace poco más de un lustro, gracias a la abundancia local de un insumo básico para el biodiésel como es el aceite de soja.

El impulso de un Estado que buscaba paliar su recurrente déficit energético convirtió al país en el principal proveedor global de biodiésel. Sin embargo, el cierre de mercados claves como Europa y Estados Unidos minó en años recientes la confianza en el sector.

“La industria viene operando en bajísimos niveles con relación a su capacidad instalada. Hay plantas que están paradas”, aseguró a Reuters Claudio Molina, director ejecutivo de la Asociación Argentina de Biocombustibles e Hidrógeno.

Hace 10 años, Argentina exportaba más de 1,5 millones de toneladas anuales de biodiésel. En el primer trimestre de 2021, los embarques al exterior sumaron solo 267.000 toneladas, según datos oficiales.

Para el Gobierno, parece ser el turno del litio.

Mientras el país otorga beneficios al metal, una normativa aprobada hace semanas por el Congreso -dominado por el oficialismo- redujo del 10% al 5% el porcentaje de biodiésel que debe contener la mezcla de diésel en el país, lo que reducirá la demanda doméstica del biocombustible.

Los biocombustibles “van a continuar, solo que el régimen de promoción va a estar más acotado. Vamos a buscar herramientas que apunten a otros combustibles que entendemos son lo que se viene, que generan cero emisiones contaminantes, que son básicamente el hidrógeno y la batería de litio”, dijo el ministro de Producción, Matías Kulfas, en un reciente encuentro con periodistas en Buenos Aires.

El asunto tiene una alta incidencia sobre la economía local: la nación sudamericana busca hace más de una década revertir el déficit fiscal que lo ha sumido en crisis reiteradas. Gran parte de ese desajuste se explica por su déficit de energía.

La principal apuesta de Argentina pasa hace años por la formación de hidrocarburos no convencionales Vaca Muerta, en la Patagonia, que parece nunca despegar.

Si bien el litio no compensaría la escasez energética del país, su creciente uso y exportación podría ayudar a equilibrar la balanza comercial.

Mientras que los proyectos de Livent y Orocobre están en proceso de ampliación gracias a inversiones por 1.000 millones de dólares, otros como el de Caucharí–Olaroz, en el que Ganfeng y Lithium Americas invirtieron 641 millones de dólares para producir 40.000 toneladas, comenzarían a producir en 2022.

“Definitivamente, el litio va a reemplazar a los biocombustibles”, dijo Moro, de Rincón Lithium.

 

Fuente: Ambito