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El Palacio de Hacienda debe acertar con las herramientas necesarias para capitalizar la suba de las materias primas.

En sus valores más altos desde julio de 2013, los precios de la soja y el maíz permitirán que el sector alcance exportaciones por u$s33.600 millones, es decir unos u$s10.000 millones más que en 2020. Necesitados como estamos de divisas, no hay duda de que se trata de una noticia excelente. Sin embargo, la suba de la cotización de las materias primas también implicará un desafío -de carácter técnico, político y social-, toda vez que la suba de los precios del agro implica, necesariamente, calibrar en qué medida esos incrementos terminan o no por erosionar, a la vez, el poder adquisitivo de amplios sectores de la sociedad.

Para una economía como la argentina, cuyo principal problema histórico ha sido la falta de divisas, el alza de los precios de las materias primas no sólo es una bendición, sino también un laberinto, ya que al vender al exterior los mismos productos que forman parte de la canasta de alimentos básicos vinculados al consumo doméstico, el costo de vida también tiende a aumentar. Ergo, el incremento del precio internacional del maíz, trigo, girasol, las carnes y la soja se traslada de forma inmediata a los precios locales. Como los salarios no acompañan, el poder adquisitivo tiende a dañarse y entonces se hace más cara la vida y la subsistencia, lo que arroja un cuadro social más desafiante aún. La historia reciente de nuestro país muestra que los gobiernos han echado mano a dos mecanismos para tratar de compensar estos movimientos. Por un lado, ralentizar o controlar la velocidad de ajuste del tipo de cambio, con la finalidad de no amplificar el resultado ventajoso vía ganancias cambiarias. Por otro, el establecimiento de retenciones, que buscan desacoplar los precios domésticos de los del mercado internacional. El desafío será preparar la mesa de concertación para adoptar herramientas lo suficientemente eficaces para acompañar el buen momento productivo sin limitar esa expansión, al tiempo que se logre diseñar un conjunto de medidas para asistir a los sectores de la sociedad que tienden a amplificar el problema del salto inflacionario en los rubros más sensibles.

Con una suba acumulada del 13% en el primer trimestre del año, la inflación sigue siendo el principal problema, si se pone a un lado la pandemia. Según datos del INDEC, la pobreza continúa su camino ascendente en el primer trimestre.

En rigor, la Canasta Básica Total ha subido 5% en marzo, incluso por encima de la inflación, lo que arroja un interrogante acerca de la velocidad a la cual trepan los precios de productos esenciales en el presupuesto familiar. Son pocas las familias que pudieron contar con ingresos por $60.874 estimados por el INDEC para no caer en la pobreza en el tercer mes del año. La canasta alimentaria viene de acumular un alza del 48%, con grandes saltos en frutas y verduras. Persisten, a la vez, otras rara avis: por ejemplo, ropa y calzado llegaron a subir en marzo 71% interanual a pesar de la pandemia. Pero sin duda, los alimentos, cuyos precios subieron 27,8% en el último semestre, plantean una pregunta fundamental acerca del futuro inmediato.

 

 

Fuente: Ambito