El recorrido de este rubro productivo desde 1992 hasta la parálisis actual y la promesa reactivadora del Gobierno nacional.
Desde estas páginas, y en particular desde mi columna editorial, hemos sido grandes promotores del desarrollo de los biocombustibles en la Argentina. Empezamos temprano, en 1992, con aquél artículo “Ponga un choclo en su tanque”, que proponía imitar lo que estaban haciendo en Estados Unidos con la inclusión del etanol de maíz en la nafta. Y siguió unas semanas después con otro, titulado “Ponga un poroto en su tanque”, apuntando al corte con biodiesel obtenido a partir del aceite de soja. Ambas notas, ilustradas magistralmente por el inolvidable Horacio Cardo.
En el 94 fui designado Presidente del INTA y llevé el tema como un leit motiv. Costó mucho introducirlo. El petróleo valía 12 dólares el barril, el 20% de lo que vale ahora. Había quedado lejos el tiempo de la crisis generada por la OPEP (Organización de Países Exportadores de Petróleo), cuando limitó las entregas del “oro negro” e hizo temblar a la economía de Occidente.
Pero además de la cuestión estratégica, iba surgiendo el debate ambiental. No se hablaba aún de calentamiento global provocado por las emisiones de CO2, sino de emanaciones tóxicas.
En el caso de la Argentina, había un interés muy especial. Transitábamos la era de los excedentes de alimentos, fruto del proteccionismo y los subsidios a la agricultura por parte de los países desarrollados. La República Popular China no existía como mercado alternativo. Encontrar nuevos destinos era quimérico. Éramos los segundos exportadores mundiales de maíz, que salía sin valor agregado alguno. Producíamos por entonces 10 millones de toneladas de maíz y consumíamos la mitad, fundamentalmente en producción de pollos parrilleros, huevos, tambo y otro poco en almidones especiales y jarabe de fructosa.
Y éramos también, ya por entonces, líderes globales en exportaciones de aceite crudo de soja y girasol.
Es decir, contábamos con materia prima para hacer ambos biocombustibles. Más allá del aporte ambiental, convertir maíz y aceite en etanol y biodiesel era también retirar parte de la oferta argentina al mercado internacional, lo que reforzaría los precios.
Pero también estábamos holgados en petróleo y gas. “Huergo, usted se equivoca, acá flotamos en gas”, me dijo una vez un prominente empresario del sector energético. Todos entusiasmados con el GNC, que no fue para nada una mala elección. El problema fue quedarnos sin gas.
Pero seguimos empujando. Un día, a fines de los 90, se me acercó un lector convencido de que la cosa iba por ahí. Me propuso insistir y me invitó a formar parte de una consultora que estaba armando para impulsar el tema. Acepté. El lector era Claudio Molina.
Unos años después, con Claudio, mi hijo Emiliano, Eugenio Corradini y un puñado de convencidos, fundábamos la Asociación Argentina de Biocombustibles e Hidrógeno. Sí, también de Hidrógeno. Claudio es desde entonces su Director Ejecutivo.
El panorama internacional había cambiado. Los precios del petróleo habían subido de 12 a 20 dólares el barril. Pero con el ataque a las Torres Gemelas, se va vertiginosamente a los 100 dólares. Los biocombustibles volvían a ser una alternativa económica. Había una oportunidad ideal para la Argentina.
Claudio elaboró entonces un proyecto de ley para promover la producción y el uso de biocombustibles. Se lo entregó al senador rionegrino Luis Falcó (radical). Tras un rico debate, el Congreso la sancionó (el Senado, por unanimidad) y en mayo de 2006 es promulgada por el entonces presidente Néstor Kirchner. El corte obligatorio de nafta con etanol y gasoil con biodiesel estaba en marcha. El etanol también incluía al de caña de azúcar, que se subió rápidamente a la oportunidad.
Llegaron las inversiones. Enormes. Grupos de productores asociados (Bio4), cooperativas (ACABio), empresas grandes y chicas. Muchos productores que la veían pasar se preguntaban cuál era el negocio para ellos. Les respondíamos: generar demanda, uso local, valor agregado en origen. En el centro de la provincia de Córdoba se generó un gran mercado con precios que se arriman a los de los puertos de exportación.
Pero la nueva industria fue perdiendo fuerza. El desinterés creciente en la era Macri derivó en la no publicación de los precios oficiales, o la falta de actualización. Hoy toda la industria está semi paralizada o directamente en quiebra.
Esta semana, el ministro de la Producción, Matías Kulfas, invitó a los principales actores del sector. Les dijo que para el presidente Alberto Fernández los biocombustibles son una cuestión estratégica, y que así lo compartió con los mandatarios de las provincias que integran la Liga Bioenergética. Ojalá se encuentre de nuevo el rumbo.
Mientras tanto, en el mundo ya nadie discute el valor de los biocombustibles en la transición hacia un mundo carbono neutro. Perdimos bastante tiempo. Hoy producimos 60 millones de toneladas de maíz y otras tantas de soja. Cinco veces más que cuando empezamos a hablar de biocombustibles.
Fuente: Clarin