Para las empresas internacionales de energía, Vaca Muerta representa una oportunidad de inversión extremadamente atractiva. Contiene la segunda reserva de gas natural de shale y la cuarta reserva de petróleo de shale más grandes en el mundo, y tiene el potencial de crear un auge equivalente al que se ha visto en la Cuenca de Permian en Texas.
Pero, el que las empresas de energía muestren interés en Vaca Muerta, no implica que van a desembolsar las significativas inversiones necesarias para desarrollar su gigantesco potencial si las condiciones de inversión no son adecuadas.
De hecho, la inversión en shale es mucho más flexible que la producción petrolera convencional, por lo que, si las condiciones de inversión desmejoran, las compañías están mejor posicionadas para reaccionar defensivamente con rapidez.
La experiencia de las empresas de energía durante los mandatos Kirchneristas (2003-15) estuvo muy lejos de lo ideal—como la de una gallina en La Bombonera—. Precios congelados, prohibiciones de exportación, controles cambiarios, intervención gubernamental arbitraria y confiscaciones, fueron prácticas comunes.
Durante los primeros dos tercios de la era Kirchnerista, las inversiones estuvieron casi exclusivamente concentradas en hidrocarburos convencionales, caracterizadas por altos costos iniciales, con producción y retornos a largo plazo.
Por tanto, cuando las inversiones declinaron, en respuesta al deterioro de las condiciones de negocios en la Argentina, su impacto en la producción tardó unos seis años en hacerse plenamente visible.
En contraste, en el caso de shale sólo tomaría de seis a doce meses para que una reducción en la inversión se traduzca en caída de producción, y esto reduciría los ingresos de exportación e incrementaría los costos al fisco, ya que se requeriría importar más petróleo y gas para compensar.
En países con un débil estado de derecho y una historia de intervención arbitraria del gobierno, el shale proporciona mayor protección para los inversionistas que la convencional. Por tanto, no sorprende que en los últimos años la producción de petróleo y gas convencional haya caído en la Argentina al tiempo que la inversión en shale se ha incrementado sustancialmente.
Hay importantes diferencias estructurales entre la explotación no-convencional de shale y la de yacimientos tradicionales. La extracción de shale se realiza con la técnica conocida como fracking, que combina la fracturación hidráulica de las rocas de lutita, en las que se encuentra el hidrocarburo, con el uso de pozos horizontales.
Esto implica que los ciclos de producción son mucho más cortos y las inversiones inmovilizadas (costos hundidos) mucho menores. Los pozos convencionales pueden producir prolíficamente por muchos años, con muy poca inversión adicional, una vez que se conectan a la infraestructura de recolección y transporte.
En contraste, en un pozo de shale el pico de producción ocurre en los primeros dos meses y luego sufre una rápida declinación, alcanzando niveles muy reducidos antes de dos años de perforado el pozo. Por ello, para mantener los niveles de producción es necesario mantener taladros activos, perforando pozos permanentemente, por lo que se parece más a un proceso manufacturero, que requiere inversión continua, que a un proyecto petrolero tradicional.
Si se deja de invertir y perforar, por ejemplo si un gobierno impone condiciones que las hacen no atractivas, la producción colapsará rápidamente. La tentación de una expropiación gubernamental directa o indirecta es mucho mayor en el caso de operaciones convencionales de petróleo y gas natural.
Una vez que la producción ha iniciado, se necesita poco en términos operativos y tecnológicos para continuar produciendo en pozos existentes. De hecho, las empresas tienen incentivos para continuar operando aún cuando no recuperen sus costos hundidos, siempre y cuando puedan recuperar sus costos operacionales, los cuales son pequeños en comparación. Y, el declive en la producción, por falta de nueva inversión, puede tomar años.
A diferencia de lo que ocurre en la operación convencional, el entorno de inversión de shale debe mantenerse competitivo puesto que el shale requiere que se invierta con regularidad para sostener la producción. No se puede convertir a la inversión en shale en rehén político. No solo eso, para que fluya, la inversión en Vaca Muerta tiene que ser atractiva en comparación con la Permian.
Puede ser que Alberto Fernández se sienta tentado a intervenir en el sector energético para mantener bajos los precios de la energía para los consumidores, incrementar los ingresos del gobierno, prevenir la transferencia de ganancias al extranjero o beneficiar a los sindicatos o a las PYMEs; pero si llegara a hacer esto, se enfrentaría con las consecuencias enseguida.
En resumen, si su gobierno adopta políticas que afecten adversamente las operaciones de las empresas de energía, sus ganancias o habilidad para mandar estas al extranjero, la inversión y producción de hidrocarburos en Argentina disminuirá significativamente en un año.
Tuvieron que pasar seis años para que Cristina Fernández de Kirchner viera las consecuencias de haber matado a la gallina de los huevos de oro convencional. Si Alberto Fernández mata a la gallina de shale con políticas mal concebidas, se arrepentirá muy pronto.
Mark P. Jones, Jim Krane y Francisco Monaldi son Académicos del Centro de Estudios de Energía en el Instituto Baker de Políticas Públicas de la Universidad de Rice en Houston, Texas.
Fuente: Clarin